De becario indignado a liberal empedernido: crónica de una traición al sistema

Durante años, prácticamente desde que nacemos, nos han repetido una idea como si fuera ley natural: si eres joven, eres de izquierdas. Punto. No hay debate. Si tienes menos de 30 y no hablas de justicia social, de deconstrucción, de heteropatriarcado, de capitalismo opresor y de que el Estado debe ser nuestro papá protector, entonces algo falla contigo. Estás roto. Te falta empatía. O peor aún: tienes alma de “señoro”.

La cosa es que eso está empezando a cambiar. Cada vez más jóvenes —gente que va en el metro como tú, que estudia, trabaja o busca la vida como puede— están mirando alrededor y diciendo: “Vale, ¿esto era el progreso del que hablaban?”
Y ahí es donde empieza la duda. Luego viene la reflexión. Y, si no te atrapan a tiempo en un taller de autoestima colectiva y lucha contra el especismo capitalista, acabas abrazando ideas de derechas. Y te das cuenta de que no solo es coherente. Es lógico, es valiente y, en muchos casos, es profundamente humano.

El relato progre se cae por su propio peso

Nos dijeron que el futuro era inclusivo, diverso, horizontal, empático y sostenible. Nos lo tatuaron en la frente en clase, en redes, en las canciones, en las series, en los anuncios de yogures. Pero cuando la vida real llega —cuando te das contra el alquiler, los impuestos, la burocracia, la inflación, la mediocridad profesional, la censura disfrazada de sensibilidad— descubres que algo no cuadra.

Porque mientras tú te esfuerzas por pagar tus facturas, te encuentras con que:

  • Un tipo con tres másteres en políticas de género está cobrando más por dar charlas vacías que tú currando 40 horas semanales.
  • Un político de turno te explica desde su coche oficial que “los jóvenes necesitan más conciencia de clase”.
  • Se reparten ayudas a dedo, se inventan ministerios con nombres de novela juvenil, y la deuda pública se dispara como si nunca fuera a tocarte pagarla (spoiler: te va a tocar).

Y claro, tú ahí, con tus dudas existenciales y tu nómina ridícula, empiezas a preguntarte: ¿seré yo el problema por pensar que esto no tiene sentido?

Cuando la izquierda ya no es rebelde… sino la norma

Durante décadas, la izquierda jugó bien sus cartas: supo presentarse como la voz de los jóvenes, de los oprimidos, de los soñadores. Pero hoy ya no es David contra Goliat. Hoy la izquierda es el sistema. Tiene los medios, las universidades, las redes, los organismos internacionales, las ONGs, las subvenciones y el relato.

Y cuando algo se convierte en el poder dominante, ya no puede ser rebelde. Puede seguir usando el lenguaje de la revolución, pero se convierte en dogma, en religión sin autocrítica, en doctrina cerrada.

Por eso, hoy la verdadera disidencia no está en repetir el discurso progresista. La verdadera disidencia está en atreverse a decir: “No quiero que el Estado controle mi vida”, “No creo en el igualitarismo forzado”, “No me da vergüenza defender la propiedad privada, la familia, la libertad individual o la cultura del esfuerzo”.

Ser joven y de derechas: un acto de sentido común

Muchos piensan que ser de derechas es algo de señores de traje, empresarios codiciosos o nostálgicos del siglo pasado. Pero lo cierto es que cada vez más jóvenes están llegando ahí por pura lógica. No por odio, ni por miedo, ni por prejuicio. Por cansancio. Por hartazgo. Por no querer que el gobierno decida todo por ellos.

Porque defender:

  • Que el dinero que ganas debería ser tuyo, no del Estado.
  • Que quien trabaja más debería poder aspirar a más.
  • Que no todo se soluciona con más leyes ni más subvenciones.
  • Que hay valores, costumbres y formas de vida que merecen ser protegidos…

… no es extremismo. Es sentido común. Es el intento de vivir con responsabilidad, con libertad, sin pedir permiso para existir ni para opinar.

¿Y qué pasa si dices esto en voz alta?

Lo que pasa es que te miran raro. Que algunos amigos te dicen “te estás volviendo de derechas” como si fuera una enfermedad. Que te cancelan en redes, que te echan en cara que pienses con lógica y no con culpa. Pero lo más curioso de todo es que, mientras te critican por no repetir el dogma, empiezan a escucharte con más atención de la que reconocen.

Porque tú no estás hablando desde el odio, sino desde la experiencia. Porque no estás exigiendo privilegios, sino coherencia. Y porque mientras otros viven instalados en la queja, tú estás buscando soluciones reales.

El futuro será de quien piense con libertad

No se trata de hacer una cruzada contra la izquierda. Se trata de recuperar el debate. De no tener miedo a pensar fuera del molde. De no aceptar que la única postura legítima sea la que se ajusta al discurso oficial.

Ser joven y de derechas en 2025 es algo profundamente revolucionario. Es vivir en un entorno que premia la queja y elegir la responsabilidad. Es ver cómo todos quieren más Estado y decir “yo quiero menos”. Es entender que la verdadera justicia no se construye igualando hacia abajo, sino impulsando hacia arriba. Es negarse a ser un engranaje más de un sistema paternalista que infantiliza a los ciudadanos y castiga al que destaca.

En resumen

  • No, no estás solo.
  • No, no eres un bicho raro.
  • No, no hace falta que te calles.

Cada vez somos más los que entendemos que el verdadero cambio no es gritar más fuerte, sino pensar mejor. Que el futuro no está en vivir subvencionado, sino en construir con esfuerzo. Que ser libre implica no depender. Y que, si todo el mundo aplaude lo mismo sin cuestionarlo, quizá lo más sano sea decir: “Yo no paso por ahí”.

Así que sí. Ser joven y de derechas hoy no es una contradicción. Es una elección valiente. Y probablemente, la más inteligente.

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